Se le llama última milla al tramo final en la entrega de los productos a los clientes. Este término logístico y comercial se ha acuñado en el contexto de las ventas en línea; sin embargo, como reto operativo existe desde siempre. Las empresas de consumo masivo, fabricantes, importadores y distribuidores han llevado sus productos a los puntos de venta más remotos de nuestro país. El nuevo desafío es hacer que estos productos lleguen a la puerta de los clientes finales y, en el contexto de pandemia, esta necesidad se ha hecho más tangible.
Desde el punto de vista de las empresas, la función de la última milla se puede resolver con medios propios y gestión centralizada. Por ejemplo, abriendo pequeños almacenes (operados directamente o por proveedores logísticos) cerca de los consumidores para mejorar los tiempos de respuesta, y administrando flotas de reparto propias o tercerizadas. Esta función implica costos, los que, si no se transfieren al cliente final, son absorbidos por alguno de los miembros del canal.
Una alternativa a construir una arquitectura propia es trabajar con terceros, a quienes se les denomina last milers. Un last miler opera bajo el modelo de Marketplace, conectando a empresas ofertantes con consumidores a través de una plataforma tecnológica. Su éxito depende del ecosistema compuesto de una amplia base de empresas, consumidores y la afiliación de repartidores.
El last miler funciona como un canal de venta cobrando una comisión a la empresa por cada transacción. El repartidor percibe ingresos por cada entrega realizada, aunque no establece un vínculo laboral con ninguna de las partes.
Un last miler opera bajo el modelo de Marketplace, conectando a empresas ofertantes con consumidores a través de una plataforma tecnológica. Su éxito depende del ecosistema compuesto de una amplia base de empresas, consumidores y la afiliación de repartidores.
El ofertante aumenta sus ventas por llegar a una mayor base de clientes. Si el incremento es relevante, puede abrir locales específicos para atender a esta demanda de forma exclusiva: los llamados dark stores. Dado que en el Perú las comisiones pueden llegar al 25% del valor de venta, los comercios reducen el número de ítems ofertados y eventualmente aumentan sus precios en estas plataformas.
Si bien el modelo de last milers combina necesidades y oportunidades logísticas, tecnológicas y laborales, las restricciones sanitarias y la alta competitividad del sector podrían determinar la salida de actores, como ocurrió con Uber Eats. Aún hay mucho por escribir en la historia de la última milla en nuestro país. Las deficiencias de infraestructura vial, baja penetración de medios de pago digitales, regulación laboral y la disminuida capacidad de gasto de las familias jugarán un rol determinante para el futuro.
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